Doménico Losurdo. Stalin: historia y crítica de una leyenda
negra, Barcelona, El viejo Topo, 2011.
Jaime
Ortega Reyna
No
hay duda de que Doménico Losurdo, filósofo italiano de gran trayectoria, es uno
de los intelectuales más interesantes y polémicos del medio marxista de su
país. En español apenas algunas obras han sido traducidas: en Argentina se publicó
su trabajo sobre Heidegger y el concepto de comunidad; y recientemente una
serie de ensayos sobre las revoluciones en Rusia y China[1]; en
España se tradujo su trabajo sobre el Lenguaje
del Imperio, su Contra-historia del
liberalismo y muy recientemente un trabajo sobre Kant. En México la revista
Dialéctica ha publicado algunos
artículos de su autoría que merecen la pena ser leídos para comprender el contexto
del texto que aquí reseñamos[2]. Además
de estos trabajos, Losurdo ha ganado relevancia por su profundo conocimiento de
la situación de la China actual, pero también por sus trabajos filosóficos
sobre Hegel, Nietzsche, Gandhi y Marx sólo publicados en Europa. Tristemente su
trabajo sobre Gramsci no ha sido traducido al español, aun cuando data de
finales de los años noventa.
Pues bien, recientemente la conocida
editorial el Viejo Topo ha decidido publicar el que quizá sea el más polémico
de todos sus trabajos: un libro de revisión historiográfica en torno a la
figura de Stalin. Dicho libro, publicado en Italia en 2008, levantó un revuelo
impresionante en la prensa y los medios académicos y políticos de izquierda[3]. Dicha
polémica podría ocupar todo un artículo sobre las tendencias actuales de la
izquierda italiana. Sin embargo en esta modesta reseña apuntamos algunos de los
principales nudos problemáticos que el libro de Losurdo afronta, tomando en
cuenta las dos reseñas más importantes en español: la de Salvador López Arnal
aparecida en varias entregas en Rebelión y
la del también prolífico y reconocido intelectual italiano Antonio Infranca
publicada en la revista Herramienta .
Stalin ha sido la figura negra del
comunismo a nivel mundial. Para Losurdo, gran parte de la historiografía que se
construye en torno a su figura adolece de serías deformaciones, no sólo en un
plano metodológico o académico, sino francamente asumen la forma de mentiras o
difamaciones, que se han trasmitido y se seguirán trasmitiendo como lugar común,
lo que ha resultado en una historiografía poco crítica o, insistimos,
francamente fantasiosa de algunos momentos de la historia. El clímax de dichas
deformaciones es el intento, constante, repetido y apabullante que equipara a
Hitler y el fascismo, con Stalin y el comunismo.
Losurdo
demuestra las falsedades de “lugares comunes” en la historiografía, enumeramos
algunos de ellos:
1) La supuesta “crisis” inmediata a la invasión
alemana, que presenta a un Stalin golpeado emocionalmente ante la traición de
su “aliado”, lo cual se orienta hacia una devaluación de su papel como
dirigente del Estado que venció al nazismo, en gran medida sin la ayuda de
occidente que se negó, sistemáticamente, a la apertura del segundo frente, lo
que resultó en terribles pérdidas humanas y materiales para el país de los
soviets.
2) La supuesta política “anti judía” y anti
“naciones” que él, teórico de las nacionalidades del Partido Comunista, habría
llevado a cabo; para Losurdo éste mito se deconstruye no sólo cuando observa
varias olas de intelectuales judíos o de distintas nacionalidades (como por
ejemplo la ucraniana) a la política de las nacionalidades —que resulta mucho
más mediada y aceptable que la planteada por Rosa Luxemburgo, por ejemplo— y
sobre todo por la promoción de los judíos en el aparato estatal (no sólo de
Rusia, sino también en países como Polonia o la entonces Checoslovaquia) y
finalmente en la creación del Estado isralelí, así como la promoción de élites
políticas nacionales en el conjunto de las repúblicas.
3) La versión del “Archipiélago Gulag”. Losurdo
enfrenta este relato que occidente y la Guerra fría necesitaron y crearon,
alejándose de las condiciones que dan sentido a una represión política
existente y que reconoce abiertamente, pero no como el producto de la locura de
un individuo, sino basándose en que el Estado construido después de la Revolución
de Octubre se creó a partir de un estado de excepción y una guerra
internacional impuesta por las potencias imperialistas y por enemigos internos
declarados. En éste sentido cobra relevancia el hecho de que la Unión de
Repúblicas Socialistas Soviéticas (urss)
no era un país que estuviese blindado del sabotaje y el terrorismo que, por
ejemplo, los diversos grupos opositores llevaban a cabo —activos y financiados
por diversas vías. En este caso, el interés de Losurdo es contextualizar el
lugar de la represión y desmitificar la típica versión liberal occidental que
achaca todo a la irracionalidad de un personaje.
4) Al igual que el “Archipiélago Gulag”, Losurdo
afronta el problema que implica todo el proceso de industrialización y
desarrollo que le da sentido al abandono de la NEP (Nueva Política Económica) para
abastecer alimentariamente las ciudades y restablecer tendencias igualitarias procedentes
de un momento mesiánico, todavía muy propio del proceso inmediato a 1917, sobre
todo visualizando la siempre constante amenaza de intervención, en éste sentido
también juega un papel importante el pacto Germano-soviético como franca
estrategia para ganar tiempo no sólo en la construcción de la maquinaria de
guerra, sino sobre todo para el ordenamiento del ejército —y no su supuesto
“descabezamiento”— y sobre todo para el traslado de la industria hacia la parte
más alejada del frente, cuestión que, por ejemplo, Rodric
Braithwaite había descrito con mucha precisión e incluso emotividad.[4]
El conjunto de tópicos que expone
Losurdo en su obra tiene un sentido más amplio: demostrar que la visión actualmente
difundida, conocida y reproducida de Stalin —un salvaje, antisemita, carente de
todo intelecto y escrúpulo— es en realidad una construcción que no soporta
ningún tipo de análisis serio, cuya finalidad es política, equiparando el
fascismo y el comunismo o bien, presentando a Hitler y Stalin como pares
antioccidentales —posición que asume incluso Trotsky, aunque en un formato donde
ambos resaltan como enemigos de la revolución mundial. Dicho equiparamiento,
cuya inspiración es francamente política, se construye al calor de la Guerra
fría y se basa en mentiras o verdades a medias.
El argumento de Losurdo es más
radical, expuesto en sus últimos capítulos, demuestra como los “crímenes del
comunismo” —tan famosos después del Libro
negro del comunismo— no son sino expresiones de un tipo de política que
surge y se desarrolla plenamente en el occidente liberal: la modernidad es
profundamente colonial y en su colonialidad, lleva a cabo todos aquellos
crímenes que, la mayor parte de las veces achaca al comunismo: en occidente se inventan,
por ejemplo, los campos de concentración, el trabajo forzado y la subalternización
de sujetos a partir de la raza o del género, algo que en la urss buscó erradicar desde el triunfo de
la revolución. Es en occidente en donde el despliegue de su colonialidad,
inventa esos crímenes que luego denunciará como los del mundo no occidental.
Sus ejemplos más paradigmáticos son los de la política colonial de Inglaterra,
Estados Unidos y otros países tradicionalmente considerados como “democrático”.
¿Esto niega o exculpa los crímenes cometidos en la urss? No, dice Losurdo, pero sí devela la hipocrecía del discurso
occidental liberal al denunciar como crimen lo que es práctica cotidiana desde
hace casi cinco siglos.
Por el contrario, es el comunismo el
elemento que da vuelta a la política mundial al ser la gran aspiración del
mundo colonial y de los colonizados por la liberación. El gran evento del siglo
xx —la descolonización del mundo—
no es sino una continuidad de la Revolución rusa y del comunismo como
aspiración de emancipación.
No se trata de un texto que afronte
estas problemáticas desde una posición sencilla ni de convicción, pues en tanto
que trabajo historiográfico tiene que recurrir a notables y conocidos
historiadores. Por sus páginas desfilarán autores lejanos a cualquier
encuadramiento ideológico de izquierda como Volkogonov, Furet, Figes, Fitzpatrick,
Conquest; el nacionalismo ruso encarnado en Medvedev[5] y
Zinoviev, así como otros historiadores de la era soviética más objetivos
(Lewin), de tendencia trotskista (Broué) o teóricos liberales como Arendt,
Bobbio o Croce. Losurdo los hace hablar para demostrar las inconsistencias, las
contradicciones y la forma en que se han construido mitos alrededor del
personaje.
Sin duda alguna faltan referencias,
por ejemplo la monumental biblia stalinista escrita por el político belga Ludo Martens[6]. De
igual forma hubiera sido bueno contrastar la vasta bibliografía de Losurdo y
sus conclusiones con la historiografía del actual stablishment conservador o crítico, me refiero a las biografías que
han producido dos conocidos expertos en occidente sobre ésta historia: el inglés
Robert Service y el trotskista francés Jean-Jacques Marie. Ambos han publicado
en tiempos más o menos recientes y paralelos trilogías biográficas en torno a
Lenin, Stalin y Trotsky, desde dos posiciones políticas distintas pero al menos
en la biografía de Stalin con resultados similares.
El
texto de Losurdo ha sido recibido de diversas formas: para algunos se trata de
una franca –e imperdonable- reivindicación stalinista, para otros revela lo
central del problema de la democracia en el pensamiento socialista (Infranca),
en general ha sido considerado un trabajo serio y un reto, intelectual y
político. Reto que rompe con los mitos y los lugares comunes, pero también con
lo “políticamente correcto”. Sin ninguna loa, ni alabanza fuera de lugar y en
un arduo trabajo de reconstrucción historiográfica Losurdo pone el dedo sobre
la llaga: como una tradición política que fue tan potente, ha cavado su propia
tumba al renegar y no pelear por el legado histórico que llevó adelante. Lo que
muestra es que el legado fue expropiado en la investigación histórica y la
teorización política a favor de posiciones conservadoras. Aunque políticamente
incorrecto, a veces es necesario reconocer que incluso ahí en donde “la
historia camina por el lado malo” hay necesidad y vale la pena reconstruir el
largo camino andado.
Referencias
Braithwaite Rodric, Moscú 1941. Una
ciudad y su pueblo en guerra. Barcelona, Crítica, 2006.
Losurdo Doménico, “Para una crítica de la categoría del
Totalitarismo”, en Dialéctica núm.
36, Puebla, México, invierno de 2004
Losurdo Doménico, “El origen
norteamericano de la ideología del Tercer Reich. Guerra preventiva,
americanismo y antiamericanismo”, en Dialéctica
núm. 38, Puebla, México, invierno de 2006.
Martens Ludo, Otra visión sobre Stalin [http://es.scribd.com/doc/9822366/Otra-Vision-de-Stalin-Ludo-Martens]
Medvedev Zhores y Medvedev Roy, El Stalin desconocido. Barcelona, Crítica, 2005.
Ortega Reyna, Jaime “El comunismo y las fugas de la historia” en Memoria núm. 245, México, 2010.
[1] Véase “El comunismo y las fugas de la historia” en Memoria, núm. 245.
[2] Véanse “El origen norteamericano de la
ideología del Tercer Reich. Guerra preventiva, americanismo y
antiamericanismo”, en Dialéctica núm.
38 y “Para una crítica de la categoría del Totalitarismo”, en Dialéctica núm. 36.
[3] Lo que llevó a que en su página web fuese destinado todo un espacio para seguir la discusión <http://domenicolosurdopolemicastalin.blogspot.com/>.
Consultado en mayo de 2011.
[5] Los hermanos Medvedev
habían adelantado ya algo en su El Stalin
desconocido